Humberto Caspa, Ph.D. – hcletters@yahoo.com
Los demócratas “se mueren” por cambiar la forma cómo seleccionamos al presidente y al vicepresidente. Al igual que en los países latinoamericanos, quieren que nuestros máximos líderes políticos sean elegidos en forma directa; que el 50% más uno del electorado nacional tenga la potestad de decidir por los demás.
A estas alturas, los demócratas no hacen más que soñar. Es más difícil enviar a un astronauta al planeta Júpiter que cambiar las reglas de juego de las elecciones presidenciales.
El mal de nuestro proceso electoral presidencial lo implantaron los fundadores de la República en el llamado “Gran Compromiso”.
Después de desbaratar los Artículos de la Confederación (primera constitución del país), representantes de los 13 estados convocaron una Convención Constitucional debido a que la primera constitución no servía ni para poner fin a un movimiento social (la rebelión de Shays) que causó destrozos en Massachusetts.
De acuerdo los Artículos de la Confederación de 1777, el gobierno de la República no tenía capacidad de imponer impuestos. No existía un poder central, tampoco había un ejercito nacional que resguarde la seguridad nacional. Los 13 estados eran básicamente autónomos; podían firmar tratados nacionales e internacionales, como también imponer impuestos a su población.
En breve, los Artículos de la Confederación produjo problemas más que soluciones.
La Rebelión de Shays hizo recapacitar a los fundadores de la patria. Representantes de los 13 estado se volvieron a reunir para crear la Constitución de 1787, misma que otorga mayores poderes al gobierno central y evita levantamientos sociales como el de Shays.
Empero, la nueva convención tuvo un problema central que solucionar. ¿Cómo poner de acuerdo a dos facciones con ideas opuestas?
Un sector de estados pequeños, liderados por New Jersey, sugerían que la representación en el Congreso debería ser fija; que los estados deberían tener el mismo número de representantes en Congreso.
Mientras que Virginia y otros estados grandes exigían que la representación, por el contrario, debería ser porcentual. Es decir, a mayor población del estado, mayor representación en el Congreso.
No hubo ganadores ni perdedores. Los dos sectores optaron por un compromiso: crear un congreso bicameral. La representación de la Cámara Baja tendría representación porcentual y el Senado sería en forma igualitaria; dos senadores por cada estado.
En este mismo compromiso se aceptó que el electorado de los estados elegiría a sus electores y éstos al presidente y al vicepresidente. Así, el Colegio Electoral está suscrito en la Constitución y es virtualmente imposible cambiarla.
Los demócratas solo pueden contemplar la idea de elegir a través del voto popular; en tanto, los republicanos saborean los beneficios de un sistema electoral caduco e injusto.
Humberto Caspa, Ph.D. es investigador de Economics On The Move.
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