Humberto Caspa, Ph.D. – hcletters@yahoo.com
El lunes de esta semana, la población española despertó con una frase perniciosa ubicada al frente de su recámara: eres un racista.
El propio Vinícius Jr., jugador del Real Madrid y víctima de los últimos brotes de racismo en España, manifestó que “el campeonato, que alguna vez fue de Ronaldinho, Ronaldo, Cristiano y Messi, hoy es de los racistas. […] España es una nación hermosa que me acogió y a la que amo, pero que aceptó exportar al mundo la imagen de un país racista […] En Brasil, España es conocida como un país de racistas”.
Como es costumbre, una gran cantidad de ciudadanos españoles no solamente niega el hecho de que su país ampara al racismo, sino que su gente es enemiga de la discriminación y el prejuicio racial.
Por ejemplo, el presidente de La Liga española, Javier Tebas, puntualizó tajantemente que al racismo se lo persigue “con dureza” todos los días.
Más allá de los comentarios de Tebas, el racismo en España existe y es una práctica continua desde antes de su existencia como Estado moderno.
Los tres o cuatro individuos que instigaron descaradamente a Vinícius Jr. con mímicas de un animal de la selva africana son personas afectadas por el prejuicio y discriminación racial individual. Los otros espectadores del estadio de Mestalla de Valencia y el resto de la población son productos de una sociedad con problemas raciales.
España tiene una sociedad donde el racismo se encarna en sus estructuras y condiciona a sus miembros. En estas circunstancias, el prejuicio y la discriminación racial pasan desapercibidas y se convierten en una normalidad para la gente.
Un individuo puede no ser racista, pero si ese individuo vive dentro de este esquema y estructuras sociales racistas –costumbres, tradiciones, lenguaje, sistema político, instituciones, etc.— su comportamiento en la sociedad será condicionada por esas estructuras discriminantes y prejuiciosas.
En el peor de los casos, una estructura racista pone incluso a un individuo perteneciente a un grupo minoritario contra otro individuo de su propio grupo social. Por ejemplo, un afro-español que discrimina racialmente contra otro individuo afro-español. El individuo que discrimina nunca se da cuenta de su comportamiento prejuicioso y discriminatorio.
La mayoría de los aficionados que asistieron al estadio Mestalla y vieron el comportamiento desagradable de unos racistas posiblemente sintieron que no hay nada diferente a lo que se “dice y se hace” todos los días en la sociedad española.
Así, Vinícius está correcto en señalar que España es conocida por su racismo, pero también es preciso incluir que no solo exporta el racismo, sino también que su población vive dentro de una estructura infestada de esos males.
Humberto Caspa, Ph.D. es investigador de Economics On The Move.
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