Humberto Caspa, Ph.D. – hcletters@yahoo.com
Hoy, los países latinoamericanos tienen la virtud de elegir con quienes se van a relacionar para proporcionar desarrollo al interior de sus fronteras.
Algunos países ven con buenos ojos las alianzas que se avizoran en el oriente, otros continúan con la mirada hacia el norte del continente, donde la sociedad estadounidense sigue siendo un mercado altamente confiable y redituable. También hay países que no solo se interesan conjuntar relaciones económicas con estos dos polos adversarios, sino que quieren crear su propio centro de influencia en el mundo.
En ese sentido, ese discurso latinoamericano del imperialismo hoy se puede considerar que es obceco y caduco; solo demuestra la falta de autonomía e independencia del país que lo manifiesta.
El gobierno de Nicolás Maduro y la cúpula gobernante en Cuba siguen pensando que la economía norteamericana promueve el empobrecimiento de su país, cuando son ellos quienes, con su discurso recalcitrante y sus políticas anacrónicas, obstruyen el desarrollo de su pueblo y niegan la prosperidad de su gente.
Los gobiernos de Luis Arce en Bolivia como también el de Daniel Ortega en Nicaragua han virado casi totalmente hacia el Oriente y geoestratégicamente han expresado un apoyo inusual a Rusia.
Recordemos que Bolivia siempre se ha quejado de la invasión propiciada por las fuerzas militares chilenas en 1879, la cual dejó a su pueblo enclaustrado territorialmente y sin acceso al Océano Pacífico. Nicaragua, por su parte, ha presentado querellas en foros internacionales en contra de Colombia sobre supuestos espacios marítimos que dice que le pertenece.
Bolivia y Nicaragua deberían ser los primeros países en condenar la invasión nefasta de Rusia a Ucrania, pero sus gobernantes se han mantenido “neutros” en torno al conflicto bélico, dejando “con la boca abierta” a su gente y a la mitad del mundo.
Por su parte, algunos gobiernos latinoamericanos, como el caso de Argentina, Chile, Brasil, Colombia y México, a pesar de que han puesto su mirada en las inversiones de la nueva potencia mundial (China), no han dejado de nutrir sus lazos con el gobierno de Joe Biden de Estados Unidos.
La posición de estos gobiernos es la más acertada en América Latina. Por una parte, demuestra el grado de madurez de sus líderes políticos, quienes no niegan el poder de Estados Unidos en la región, pero también aceptan los beneficios de las inversiones y los mercados de los países asiáticos.
El gobierno de Lula da Silva es muy interesante. No solamente está buscando más independencia económica, sino también se está situando como un actor influyente a nivel mundial. Así, estos cambios de postura de los países latinoamericanos hay que celebrarlos y no condenarlos.
Humberto Caspa, Ph.D. es investigador de Economics On The Move.
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