Humberto Caspa, Ph.D. – hcletters@yahoo.com
Antes de la pandemia, la utilización de teléfonos celulares en las aulas de las universidades a menudo fue prohibida por los mismos profesores. Se entendía que los teléfonos, más que unas maquinarias tecnológicas que ayudaban a la educación, eran un impedimento para la atención de los estudiantes en clase. Muchos profesores, incluyendo a mi persona, restringieron su utilización en lo más que se pudo.
Sin embargo, la pandemia enseñó al sector educativo que los teléfonos inteligentes, u otros artefactos electrónicos de este rubro, pueden ser de gran utilidad si son utilizados con mesura, prudencia y con bastante control sobre su utilización.
En algunos países, en donde los estudiantes de diversos niveles educativos –escolares y universitarios– no contaban con las capacidades económicas de adquirir una computadora o un equipo de software o no tuvieron acceso al wifi, el teléfono celular se convirtió en el artefacto que les permitió conectarse con sus clases a través de módulos virtuales.
Así, durante la pandemia, los teléfonos celulares fueron la respuesta inmediata a un problema real que prácticamente despobló los recintos universitarios y mantuvo a los estudiantes en sus casas. Durante este periodo, las clases se desarrollaron en forma virtual y, en ciertos casos, con bastante éxito.
Empero, si antes de la pandemia fue un problema serio mantener a los estudiantes ajenos a sus teléfonos celulares, hoy es un reto que implica un esfuerzo mayúsculo. En algunos casos, es un problema que puede provocar conflictos entre profesores y estudiantes; como también un problema con los padres de familia.
¿Hasta qué punto resulta productivo “convivir” en las clases con estudiantes que, a veces, son adictos a una serie de aplicaciones de redes sociales?
Un profesor puede tener cierto control sobre la utilización de estos artefactos tecnológicos en clase, pero son las instituciones educativas –en este caso, las universidades— quienes deberían establecer normas para una utilización constructiva de los teléfonos celulares.
En este sentido, en 2020, el Centro Nacional de Estadística para la Educación reportó que 77% de las escuelas estadounidenses prohibieron la utilización no académica de los teléfonos celulares. Hoy se sumaron muchas más.
Así, las universidades deberían crear una normatividad similar que no prohíba, sino que genere una forma positiva de utilización de los teléfonos celulares en clases.
Asimismo, las universidades deberían de proveer una serie de sanciones a quienes mantengan una utilización exagerada de estos artefactos tecnológicos.
Es muy difícil saber cuándo un estudiante está cometiendo una infracción con su teléfono celular, pero es importante que exista una normativa, a través de la cual, los profesores puedan actuar y detener ciertos comportamientos negativos de los estudiantes.
Humberto Caspa, Ph.D. es investigador de Economics On The Move.
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