Un año después de la invasión al Capitolio, un 70% de los republicanos cree que Biden llegó a la Casa Blanca mediante fraude, los Estados conservadores afinan su maquinaria electoral y el expresidente barrunta volver a presentarse.
Cuando el congresista Vicente González se topó con los asaltantes en los túneles del Capitolio hace un año, se quitó la corbata y el pin que lo identificaba y echó a caminar, ni muy deprisa ni muy despacio, hasta perderlos de vista. Primero oyó los gritos desaforados, luego empezaron los disparos, y cuando vio a la policía apuntando con pistolas a los hombres y mujeres que trataban de entrar en la Cámara, pensó que cualquier cosa era posible. Temió un baño de sangre. Al poco, los evacuaron y los trasladaron a un búnker. “Estábamos todos juntos, los republicanos y los demócratas, rezando juntos”, cuenta González, texano y demócrata, de 54 años.
El 6 de enero de 2021, una turba de seguidores del entonces presidente Donald Trump marchó hasta el Congreso con el propósito de impedir la confirmación de la victoria electoral de Joe Biden tras una oleada de bulos de fraude espoleada por el propio mandatario. “Vamos a bajar caminando hasta el Capitolio y vamos a animar a nuestros valientes senadores y congresistas”, arengó Trump por la mañana a la muchedumbre a la que había convocado ante la Casa Blanca. “A algunos no los vamos a animar mucho porque nunca recuperaréis nuestro país con debilidad, tenéis que mostrar fuerza y ser fuertes”, añadió.
Pocos minutos después comenzó la invasión de la Cámara, el episodio más violento desde la guerra civil, y Estados Unidos oteó el abismo. Murieron cinco personas, resultaron heridos 140 policías. Sobre las tres y media de la madrugada, con el Congreso ya convertido en una fortaleza, senadores y congresistas se reunieron de nuevo y certificaron el resultado electoral.
Para el congresista González, el balance, un año después, es mixto. “Conseguimos asegurar una transición pacífica aquella noche, la democracia funcionó”, dice. Sin embargo, “esa gente ha tenido su éxito, no podemos hacer como que no existe. El 6 de enero fue otro 11 de septiembre, uno interno, de americanos atacando a americanos. Ahora tratan de minimizarlo y a los republicanos, salvo algunos héroes, les ha faltado valor político de ponerle límites a las mentiras de Trump”.
No hay barreras estos días en los jardines del Capitolio. Sí trineos y niños que alborotan, caen y ríen a cámara lenta, entorpecidos por la nevada. Recuerdan la escena al ralentí de la guerra de almohadas de la película Cero en conducta. Hacen que parezca inverosímil que hace solo un año, allí mismo, se derramó sangre intentando evitar la confirmación de un presidente. Hoy la seguridad se ha reforzado, la justicia ha actuado (por el momento, 725 imputados y 71 condenados) y el sistema ha resistido, pero el próximo desafío a la voluntad popular del país más poderoso del mundo tal vez no necesite puertas y ventanas.
Alrededor de un 70% de los votantes de Trump sigue creyendo que Joe Biden llegó a la Casa Blanca gracias al fraude electoral; buena parte de los republicanos que pararon los pies a su presidente en 2020 han sido defenestrados y varios Estados conservadores, como Georgia y Arizona, han impulsado leyes electorales que, de facto, lastran el voto de las minorías y refuerzan el papel de las Cámaras legislativas estatales para anular votos y certificar los resultados. El terreno, en otras palabras, resulta más propicio que hace un año para una cruzada como la que Trump puso en marcha a lomos de un bulo tumbado decenas de veces en los tribunales. Y este bulo, lejos de marchitarse, sigue formando parte del menú habitual de medios como Newsmax o Infowars y de los correos electrónicos que el exmandatario —el favorito de las bases de cara a 2024— envía pidiendo donativos.
Un año después del asalto al Capitolio que conmocionó a EE UU y desconcertó al mundo, la llamada Gran Mentira ha arraigado en el país y se ha embarcado en un segundo asalto que se libra, también, a cámara lenta. El movimiento no se encuentra orillado en los márgenes de la sociedad, sino que se erige en su centro, de ahí su potencia de tiro. Entre los insurrectos de hace un año había miembros de grupos de extrema derecha como los conocidos Proud Boys o los Oath Keepers, pero la gran mayoría era gente de a pie, algo que rompe los esquemas de los expertos en violencia política y arroja señales preocupantes sobre cómo el repudio al sistema ha gangrenado en parte de la población general.
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