Humberto Caspa, Ph.D. hcletters@yahoo.com
- Jean Caroll, la mujer que está acusando a Donald Trump por el delito de violación sexual en un vestidor de la tienda Bergdorf Goodman en 1996, está nadando contra la corriente.
Inmediatamente después del incidente, Carroll comentó de la violación a dos amigas. La primera fue la autora y periodista Lisa Birnbach, quien le imploró que llamara a la policía y denunciara a su atacante. La segunda, Carol Martin, conductora de un noticiero de televisión, le recomendó que Trump tiene una cantidad de abogados que se encargarían de “aniquilarla” viva.
Para una mujer que ha sido violada sexualmente en un recinto donde solo los dos – la víctima y el victimario— están presentes, la respuesta más congruente y también más lamentable es quedarse callada. Ese fue el camino que eligió Caroll.
Como a todas las víctimas de violación sexual, el problema no se termina con la negación del hecho, sino que hay repercusiones sicológicas que las mortifican diariamente.
De acuerdo a la Organización Nacional contra la Violación, Abuso e Incesto (RAINN, por sus siglas en inglés), las víctimas de violación sexual normalmente sufren de depresión e incrementan los intentos de suicidio. 94% de las mujeres presentan síntomas trastorno de estrés postraumático (PTSD) durante las dos semanas después del ataque sexual. 33% de mujeres violadas terminan suicidándose.
Por otra parte, las personas que son violadas sexualmente enfrentan a un ordenamiento jurídico que, de entrada, no les creen y a menudo procuran en favor del victimario.
Para probar la ocurrencia de una violación sexual, la víctima tiene que demostrar ante un juez que realmente ocurrió el incidente; es decir, que fue penetrada sexualmente y que dicho acto no fue consentido por ella.
La penetración no es tan difícil de demostrar como el consentimiento, especialmente si el hecho ocurrió en un lugar apartado, donde solo estuvieron presentes los dos. En tales circunstancias, muchas mujeres se callan, deciden vivir la tragedia internamente. Sin embargo, la cura a estos males no es la soledad ni el ocultamiento sino dar a conocer su verdad y enfrentar a su agresor.
Trump, como es costumbre de los violadores sexuales, no simplemente ha negado, sino que el incidente le ha servido para denigrar a Caroll públicamente y para resaltar su ego. No pude violarla, porque Caroll “no es mi tipo”, manifestó varias veces.
La imputación de Caroll contra Trump es un viaje contra la corriente. Aquí, lamentablemente Trump tiene todas de ganar; tiene un sistema legal que le condona a priori, tiene dinero para contratar a los abogados más eficientes y sobre todo tiene un alma que desconoce lo ético.
Humberto Caspa, Ph.D. es investigador de Economics On The Move.
Leave a comment