Por Ernesto Salayandia García
Una ansiedad a todo volumen
Ingresé al centro de rehabilitación AMAR de Chihuahua donde nací un 17 de mayo de 1999 llegué pesando menos de 50 kilos, súper deprimido, con un fuerte dolor de huesos, me dolían hasta las pestañas, por supuesto, que llegue anémico, amarillo, ojeroso, desganado, totalmente apático y neurótico, lo blanco de mis ojos, que se llama esclerótica, era café cenizo y mi mente completamente tóxica, el encierro, de entrada, me causó mucho daño, Jamás en mi vida había estado encarcelado, encerrado, anexado, jamás en mi vida, me había sometido aún internamiento de esta naturaleza y el primer fondo que toque adentro del anexo, fue mi adicción al cigarro, desde la primera noche no me permitieron fumarme un cigarro de los dos paquetes de cajetillas que llevaba en mi mochila y que por cierto jamás volví a ver, me daba asco pedir que me dieron las 3 y sentir la bachita del cigarro toda húmeda de saliva, en esa época yo consumía cerca de 3 cajetillas de cigarros al día, me fumaba un cigarro cada 10 minutos y la verdad de las cosas desconocía por qué tenía está fuerte dependencia a la nicotina, no comprendía la magnitud de mi adicción, lo único que yo quería era fumar, fumar y fumar y en ese centro llamado de vida nos daban a veces, 3 cigarros al día por interno y con el tiempo me hice mi ser un experto en pedir las 3 quién, fumar de uñita, convirtiéndome prácticamente en un matabachas, en los tres meses que duró el encierro, no pude reducir mi nivel de ansiedad, por el contrario, cada vez fumaba más y más y más, el encierro provocado en mí depresión frustración indignación pero sin duda negación y no acepte por varios meses, que yo tenía un serio problema emocional y que mi vida se había arruinado, por mi manera de consumir sustancias tóxicas y por ende, se había complicado por mis conductas ingobernables y el cúmulo de defectos de carácter.- Detecte en mí, más de 400.-
Fue un proceso, lento, duro y doloroso
Después de haber estado internado en Oceánica, Mazatlán, una de las clínicas más caras en rehabilitación, para mí, estar encerrado en un centro de los llamados anexos, me sentía ofendido, indignado, sensiblemente lesionado con mis derechos humanos y mis derechos constitucionales, jamás de los jamases, había compartido mi colchón con otros hombres, jamás había usado un excusado por un lapso de 3 minutos y en mi vida había tenido hambre como la tuve en este internado, dónde eran tres minutos para comer, 3 minutos para hacer del baño, 3 minutos para bañarte y 3 minutos para todo, por delante las palabras, techo humildad, en voz de los apoyos y los internos que tenían un poder de mando muy especial, por supuesto llenos de soberbia yo no me acostumbré dormir en el suelo con los pies de alguien en mi cabeza y los míos en la cabeza de otros, sentir los punes en mi espalda y soportar los malos olores, el apeste a pies, éramos 120 internos que dormíamos en un cuarto muy reducido, fue un proceso, lento, duro y doloroso.- .
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